Los detalles cotidianos y la felicidad: una historia de las mentalidades

El hombre necesita tener momentos de felicidad. Y los consigue, de una manera o de otra: compartiendo una comida con amigos, celebrando acontecimientos familiares, estrechando los lazos afectivos con los seres queridos… La felicidad hay que buscarla en los detalles cotidianos, pero ¿dónde las buscaban las personas de la edad moderna, entre los siglos XVI y XVIII? Es una pregunta interesante cuyas sugerentes respuestas han centrado la ponencia del profesor de Historia moderna de la UNED Manuel Domínguez, ‘La búsqueda de la felicidad en la Edad Moderna’. Sus ideas han invitado a los alumnos del curso de verano ‘Felicidad y utopía. Categoría psicológica, estructuras e imaginarios colectivos’ ha comparar la manera de ver la vida de las personas de esta época con la actual, añadiendo un nuevo ingrediente que enriquece el menú formativo que ofrece el Centro Asociado a la UNED en Motril hasta mañana.

Aquellos momentos que marcan la felicidad en la vida cotidiana constituyen lo que Domínguez conoce como felicidad de socialización. Conocer el rostro que adquiere este concepto a lo largo del tiempo se alcanza mediante la historia de las mentalidades, “que estudia los comportamientos de las personas normales, de quienes no han pasado a la historia por ningún motivo especial”, ha puntualizado. En lo que respecta a la Edad Moderna, “el noventa y nueve por ciento de la población tenía dificultades relacionadas con la alimentación, con la vivienda, con la salud.., y se dedicaban al difícil trabajo de la agricultura, pero también tenían sus vehículos de escape”. Estos momentos se concentraban en la celebración de acontecimientos. Poder participar en las fiestas de Carnaval, en la de moros y cristianos o en la del Corpus Christi, por ejemplo. La importancia de contar con esta válvula de escape era reconocida y fomentada, según muestran detalles como la permisividad de la Iglesia respecto al travestismo en los carnavales, estrictamente vedado el resto del año.

El esquema es parecido al de nuestra época, solo que con distintos ingredientes culturales. También había acontecimientos más personales. “Estrenar ropa era un momento de felicidad en la familia, y también lo era poder disfrutar de una buena vivienda. Comer bien un día, cuando el régimen habitual estaba constituido por pan y vino, también era un acontecimiento”. Resulta curioso cómo ha cambiado el concepto de comer bien: “una persona ahora puede estar feliz por adelgazar tres kilos, pero entonces haber engordado era un motivo de felicidad porque eso significaba que había comido bien”. Domínguez también se ha referido a la importancia de la hechicería en aquella época, lo que muestra un cierto componente irracional en la felicidad que no ha desaparecido con el tiempo. Los conjuros, las adivinanzas, los bebedizos, eran caminos hacia la desaparición del dolor, hacia la frente a males como el mal de ojo o al amor correspondido.

Capítulo aparte merece el tema de la muerte.”La buena muerte, poder morir tranquilo, poder dejar en buena situación a los allegados, poder congraciarse con Dios también era un momento de felicidad”. La muerte, como la vida, no es igual para los pobres y para los ricos. Había ahí una brecha muy profunda debido al dicho que Domínguez ha recordado, el que dice que el dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla. “Las clases altas tenían más posibilidades de llegar a esa felicidad”, puesto que tenían una mayor tranquilidad y más posibilidades de participar en las fiestas y acontecimientos. Al menos, estas ocasiones no estaban solo reservadas a las clases altas y a la oligarquía. Les quedaría el mismo consuelo que a los habitantes del mundo contemporáneo, porque “el fondo de la felicidad sigue estando en los detalles”.

 

Andrés Masa
Curso: Felicidad y utopía. Categoría psicológica, estructuras e imaginarios colectivos
Sede: Motril