Filosofía y religión, dos prismas para dirigir nuestro camino a felicidad
La evolución del pensamiento filosófico ha desviado el cauce que nos conduce a la felicidad por nuevas vías desde que antiguamente surgiera el concepto de eudaimonia, ese duende bueno que daba suerte a los griegos que tenían una vida feliz. Desde entonces, la búsqueda de “ese sueño que siempre se escapa y que puede dar un sentido fugitivo a la vida” ha evolucionado desde la vida buena, basada en la virtud, hasta la buena vida, ese “bienestar material eficiente” que predomina en nuestros días. Esta evolución ha centrado al ponencia ‘Eudaimonia y bienestar. De la vida buena a la buena vida. La felicidad como ficción necesaria’, que el profesor de Filosofía de la UNED Pablo Arcas ha impartido para abrir la segunda jornada del curso de verano ‘Felicidad y utopía. Categoría psicológica, estructuras e imaginarios colectivos’ que el Centro Asociado de Motril celebra esta semana. Tras la exposición de Arcas, la profesora de Historia Contemporánea de la UNED María de los Ángeles Corpas ha intervenido con una ponencia titulada ‘Utopia e identidad religiosa en el siglo XXI. El retorno a la tradición como certeza’. En ella ha querido iluminar el camino para que el alumnado respondiera a las siempre difíciles respuestas de ¿Quién soy yo?¿Lo he elegido o lo he construido? “La religión es política, al menos si se estudia desde el punto de vista institucional es una cuestión política de primer orden”, ha explicado.
Desde el punto de vista de la Filosofía, hablar de la felicidad supone introducir la cuestión ética de la vida. En un principio, los griegos entendían la felicidad como una consecuencia de la buena suerte, una idea que pervive en los términos de muchísimos idiomas para referirse a la felicidad. “No se puede desvincular la felicidad de tener un poco de suerte en la vida”, como ha quedado escrito en las innumerables tragedias griegas, ha explicado el profesor de Filosofía de la UNED Pablo Arcas. La ligadura de la felicidad y la suerte se mantuvo intacta desde la época Arcaica, desde el siglo VIII a.C., hasta la época de Aristóteles, cuando va apareciendo el carácter moral de la felicidad. Entonces se añade el desarrollo personal en la ecuación para buscar la felicidad.
Más tarde, “el cristianismo introduce si se puede ser feliz con el sacrificio”, antes de que la Modernidad ilustrada rompa el vínculo entre la felicidad y la virtud, un momento en el que “se abre un nuevo sentido de la felicidad como construcción social”. En este modelo se apuesta por el deleite y se potencia la vertiente política. No en balde todas las declaraciones de derechos incluyen el derecho a la felicidad. El recorrido histórico propuesto por Arcas termina en “el imperativo de la felicidad en las sociedades modernas”, una especie de “moda tiránica que nos obliga a ser felices hasta el punto que podemos llegar a sentirnos infelices por no ser felices”, por paradójico que pueda parecer. La reflexión a la que Arcas invita con su repaso del pensamiento lleva a la conclusión de que la felicidad es una ficción necesaria. No importa que la idea de felicidad sea la del modelo del héroe trágico, del sabio griego, del santo cristiano o del consumidor actual. La felicidad es un refugio que puede dar un sentido a la vida, una aspiración que puede considerarse fin último de la filosofía.
Otro refugio en el que encontrar la felicidad es la religión, entendida como un “elemento político de primera índole” que dota a la persona de una identidad más potente que cualquier ideología, ha advertido la profesora de Historia Contemporánea de la UNED María de los Ángeles Corpas, quien ha impartido la ponencia ‘Utopía e identidad religiosa en el siglo XXI. El retorno a la tradición como certeza’. “Curiosamente, en el mundo tecnificado de hoy hay un ascenso del fenómeno religioso” que puede ser debido a la gran incertidumbre que caracteriza a las sociedades contemporáneas, ha señalado.
La profesora de Historia Contemporánea, María de los Ángeles Corpas,
durante su ponencia sobre utopía e identidad religiosa
La identidad religiosa, una identidad absoluta, “prenatural y preexistente”, en la que solo cabe estar dentro o fuera del grupo, el término de utopía cobra todo su sentido etimológico de ‘no lugar’. “Es un lugar imaginado, soñado, en el que no va a haber ningún problema”. Pero “la religión no solo proporciona una creencia religiosa, un credo, sino un modo de vida y aporta un colectivo en el que las personas se relacionan”. La utopía religiosa es más poderosa que la política porque es una cuestión de fe, y “en el siglo XXI, en una sociedad globalizada y multicultural, también es un espacio de felicidad”.
Andrés Masa
Curso: Felicidad y utopía. Categoría psicológica, estructuras e imaginarios colectivos
Sede: Motril